El 30 de noviembre quiso el destino que nuestros pasos nos llevasen a Cabo Udra. Éramos muchos los que no conocíamos previamente este extraordinario paraje natural. Esperábamos un terreno virgen, con mucha vegetación, con calas, cabos o “furnas”, pero no esperábamos encontrar un escenario para sustituir a la Ciudad Encantada de Cuenca en una segunda versión de Conan, el bárbaro… o con otra docena de pruebas para Hércules. ¡Y eso fue lo que hallamos!
El día ya comenzó con gigantes.
Nuestra primera etapa nos llevó a concentrarnos a las 11.00 de la mañana en el Museo Masso, un auténtico gigante de la industria conservera.
Este mes el museo está cerrado por cuestiones organizativas, pero pidiendo cita por e-mail tuvieron la deferencia de proponernos una visita guiada. Muy agradecidos. En primer lugar nos proyectaron un vídeo para ayudar a conocer la importancia de esta industria. El auge y final caída de uno de los mayores referentes de la historia conservera española.
El museo recoge con detalle toda la etapa de esplendor. Y lo mejor de todo es que esos modelos de barcos, esas piezas curiosas, se encuentran en los antiguos despachos, con muebles de la época, como si el tiempo se hubiese detenido y el consejo de administración de Masso Hermanos estuviese a punto de convocar una asamblea general.
En la planta baja encontramos muchas piezas de la propia industria y fotografías muy esclarecedoras de cómo era la vida hace unas cuantas décadas.
Al fondo una última sala nos enfrenta a otros gigantes: las ballenas. Antes de su prohibición, esta fue una de las actividades principales. Hoy los tiempos han cambiado mucho y las ballenas no representan esa encarnación del mal a la que se enfrentó fatalmente el capitán Ahab, pero quizás por eso el tema y los elementos de la sala resultan especialmente interesantes.
Muy satisfechos con la visita, salimos a la luz del día. A la luz, sí. El tiempo sigue siendo bondadoso con nosotros, parece que portamos un microclima por las costas gallegas.
Frente al museo nos aguarda la segunda visita. Los amigos de la asociación Os Galos tienen el detalle de mostrarnos las curiosidades de sus embarcaciones tradicionales.
Botes pulpeiros, traineras… hasta un viejo galeón conforman un grupo de gran atractivo. Nos cuentan su lucha para preservar las embarcaciones del efecto del agua de mar o del sol, pero aún siendo de vieja madera, han tenido la osadía de cocinar a bordo. Una gente especial a la que tenemos que agradecer ese esfuerzo por conservas esta parte de nuestro patrimonio. Muchas gracias por vuestro tiempo.
A comer se ha dicho. Bueu ofrece muchas posibilidades, lo hacemos frente al astillero de Purro, una vieja y hermosa carpintería de ribera en vías de rehabilitación. Como siempre, comemos con algo de prisa. Queremos ser puntuales en nuestra cita de la tarde, que los días son cortos y hay que aprovecharlos.
A las 16.00 estamos todos en el aparcamiento de la playa de Ancoradouro, nuestro punto de partida. Comenzamos la ruta circular de unos 5 kilómetros.
El escenario responde a nuestras expectativa: playas hermosas, pequeñas calas.
Un espacio muy natural, con escasas construcciones entre las que destaca una antigua fábrica de salazón rehabilitada con mucho cariño.
Pero en esto aparecieron las piedras. Para nosotros fueron como juguetes. Disfrutamos de sus formas peculiares.
Nos subimos a unas de lo más alto. Incluso hubo quien aún quiso llegar más alto, alcanzando un extraño instante de misticismo… “Cosas veredes, amigo Sancho”.
Otros nos transfiguramos en Atlas sosteniendo el mundo. ¡No se puede negar que las piedras nos han dado mucho juego!
Casi al final de nuestro recorrido nos aguardaba otra de las peculiaridades de este cabo: los “chouzos”, unos curiosos refugios de pastores que, aprovechando también la forma de las rocas, son la manifestación de una práctica ya perdida y que merece del máximo reconocimiento.
Finalizó la aventura. Enfrentados a rocas gigantes lo hemos pasado como niños. Muy recomendable, Cabo Udra.